La Unión Europea en la encrucijada

Cuando no se ataja el origen de la crisis y se actúa exclusivamente y de manera parcial sobre las consecuencias de la misma, la prioridad no es el empleo ni la protección de las personas, tampoco lo es el cambio del modelo económico. Lo que se termina por realizar son las mismas políticas que nos condujeron a esta crisis.

En muy pocos meses pasamos del amplio acuerdo sobre la necesidad de regular los mercados financieros por parte del poder político a las exigencias de esos mismos mercados hacia los Gobiernos; de la reivindicación de los valores de cohesión, equidad y del papel de lo público, al ataque frontal a aspectos básicos del Estado de bienestar, resurgiendo con fuerza lo que en la última década había bautizado la CSI como “fundamentalismo de mercado”.

Poca política, demasiado ECOFIN
En el ámbito europeo, los mercados dictan las normas y el ECOFIN (los ministros y ministras de Economía y Finanzas) se convierte en el comité director de la política económica, asumiendo los objetivos y pretensiones de estos mercados. A lo largo de la crisis, la reuniones del ECOFIN parecen haberse hecho con el timón de la Unión en detrimento, incluso, del Consejo Europeo. Una parte significativa de los jefes de Gobierno se antojan variables dependientes de sus ministros económicos y éstos se erigen en los oráculos de los mercados. Y no se observa el más mínimo matiz entre las dos corrientes ideológicas que en el ECOFIN están representadas.

La única excepción en la eurozona la encontramos en los dirigentes de sus principales economías: el presidente de la República de Francia y en la jefa de Gobierno de Alemania, cuyas decisiones se imponen al resto de los socios. Para completar este desolador panorama, las orientaciones y medidas del Banco Central Europeo se están terminando por convertir en una rémora para la economía europea.

Las esperanzas y potencialidades políticas depositadas en la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que debía haber zanjado casi una década de impasse en el proceso de integración europea, se han desvanecido. Es más, la crisis ha dejado en evidencia las carencias del nuevo tratado para equilibrar la unión económica con la unión monetaria. La propia Estrategia UE 2020 –teórico marco para el crecimiento económico y la creación de empleo para la próxima década- parece haber nacido muerta. Sus objetivos se antojan inalcanzables y su principal herramienta –el método abierto de coordinación- un instrumento periclitado ante la situación vigente.

El Tratado de Lisboa y la Estrategia 2020 son dos de las principales víctimas de una lectura radical del Pacto de Estabilidad (habría que recordar que el pacto era de estabilidad y crecimiento) consistente en una aproximación integrista al equilibrio presupuestario. El recientemente adoptado Plan para la Gobernanza Económica de Europa, que en absoluto obedece a su enunciado, abunda en esta vía y apuesta por contrarreformas estructurales que tienen su principal concreción en la puesta en cuestión de elementos básicos del modelo social europeo.

Simultáneamente y sabedores de la debilidad política de la Unión Europea, los movimientos especulativos campean a sus anchas, impulsando una política neoliberal que satisfaga plenamente sus demandas como forma de salida a la crisis, incrementando el desempleo y las desigualdades sociales que esta política económica esta produciendo. Éste es el principal elemento diferencial de la Unión Europea frente a otras economías desarrolladas, como Japón o Estados Unidos. Su debilidad política, su fragmentación acentuada por las actuales pulsiones nacionalistas, la hacen más vulnerable frente a movimientos de capitales desbridados.

La encrucijada de la UE
El futuro de la Unión Europea está en una encrucijada, que no su proyecto originario aunque paralizado e inacabado, ya que las políticas con las que se está conduciendo la salida a la crisis priorizan la reducción del déficit a cualquier precio, y en un espacio de tiempo inasumible para la mayoría de las economías europeas, a costa de sacrificar el crecimiento económico y la creación de empleo.

La ofensiva contra el modelo social europeo, a través de fuertes recortes sociales y de las contrarreformas en el terreno sociolaboral, se circunscriben en la lógica neoliberal, que ya protagonizó Margaret Thacher hace 30 años y que ahora resurge con fuerza en Europa. Es la vieja y fracasada tesis de que la presencia pública en la economía, las políticas sociales y la cohesión social se convierten en un obstáculo para el crecimiento.

La política económica y social del Gobierno de España está impregnándose de esas políticas neoliberales y conservadoras.

No podemos compartir el recetario de salida a la crisis. No solo por que sea injusto socialmente, que lo es de manera radical, sino porque, además, prolonga la salida y cercena las posibilidades de que la misma sea sostenible. Esa supuesta salida a la crisis simplemente será el germen de nuevas crisis.

Conflictos sociales
Son estas políticas las que están provocando una fuerte conflictividad social en la Unión Europea: Irlanda, Grecia, Francia, Portugal, Italia, España, Bélgica y Reino Unido. Este sucesión de conflictos no se vivía en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Desde hace más de 60 años la democracia en Europa está íntimamente asociada a altos niveles de protección social. En cada país se estructuran de formas diferentes, de acuerdo con la propia cultura política. Todo ello no impide la vigencia de un consenso sobre la existencia de un modelo social europeo. La pretensión de reducir sustancialmente este modelo sin poner en cuestión el propio sistema democrático sería una imprudencia de consecuencias impredecibles.

La Confederación Europea de Sindicatos (CES), que está llamada a tener un especial protagonismo, reitera de manera sistemática un conjunto de propuestas en el terreno económico y social. Convocó Jornadas de Acción Europea para el pasado 29 de septiembre y para el 15 de diciembre y está preparando nuevas movilizaciones.

Este proceso de movilización es una llamada muy seria de atención a los Gobiernos de la Unión, al proyecto de Unión Europea que parece consolidarse en el terreno económico y social.

Nuevas iniciativas europeas
Más Unión Europea y no menos: es la respuesta. El euro no puede estar al margen de la política, la Unión Europea necesita de lo que hoy carece, de unión política.
Es imprescindible un verdadero presupuesto económico europeo, que dote de una política fiscal a la Unión Europea y que aborde el cada vez más imprescindible proceso de armonización social.

La creación de una tasa a las transacciones financieras internacionales, o la prohibición de las operaciones de carácter especulativo, son también prioridades cuya puesta en marcha no debe esperar más tiempo. En esta dirección el Comité Ejecutivo de la Confederación Europea de Sindicatos (CES), reunido en Bruselas los días 1 y 2 de diciembre, abordó la necesidad de “Una nueva iniciativa europea para la deuda y las inversiones”.

Frente a la crisis de las deudas soberanas europeas, la CES insiste en la necesidad de canjear por tramos las deudas nacionales de los Estados miembros de la UE por euro-obligaciones emitidas por el Banco Central Europeo (BCE), hasta un máximo del 60% del PIB de cada nación.

Para impulsar el crecimiento económico reitera la implementación de un plan europeo de relanzamiento económico, basado en inversiones transnacionales y nacionales coordinadas y cofinanciado por el Banco Europeo de Inversiones (BEI) y los bancos nacionales, tanto con sus recursos propios como mediante la emisión de eurobonos. Se trataba de presentar la propuesta, justificada en términos del imprescindible New Deal  que necesita Europa, en la Cumbre tripartita del Diálogo Social Europeo previa a la Cumbre del Consejo Europeo del 16 de diciembre.

Esta propuesta conllevaría a muy corto plazo prohibir las operaciones especulativas a la baja (“a corto” o “al descubierto”) y frenar la subida de los tipos de interés  mediante la compra sistemática de deuda pública por parte del BCE; en lugar de ser el BCE el emisor de los eurobonos, podría ser más conveniente crear una institución específica (Agencia europea de la deuda o Fondo Monetario Europeo).

La incapacidad de las instituciones europeas para gobernar el problema de las deudas de los países está haciendo mucho más difícil la salida de la crisis –y no sólo para las economías más débiles- y poniendo en serio peligro el euro y el propio proyecto de integración europea.